El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

jueves, 9 de julio de 2015

Que mal me sale escribir ocultando lo calcinada que estoy.

Ya no sé que es mejor.
Porque sé que verte mal me pone peor, si a ti te pasa lo mismo, quizá lo mejor sea pretender que todo va bien. Puede ser que verme feliz te alivie al menos. A mi me pasaría.
Porque nunca he sido amiga de las mentiras, quizá sea mejor abrirme en canal todas las noches para que veas lo magullada que estoy por dentro. Puede ser que no eres única víctima te ayude a ver las cosas con más perspectiva.
Ya no sé cual es la mejor forma de salvarte y me dejo la piel en intentarlo, en no arrojarte los jirones en los que he quedado, en ahorrarte mi carga, como siempre he deseado. Y con la mente en ese propósito me trago cinco de cada tres cosas que digo cuando sé que pueden llegar a tus oídos. He abandonado los blogs porque solo puedo escribir sobre ti, y te quiero demasiado como para publicar mis insomnios (que llevan tu nombre) y el alcohol de lavar mis heridas en cualquier lugar donde pudieras leerlo, no vaya a ser que reabrieran las tuyas. Demasiado como para hacerte volver, demasiado como para hundirte conmigo.
Últimamente cada día que me despierto mi almohada apesta a ti, a tu falta, pero ya era hora de que te salvara de una guerra que no te merecías, aunque implique pasar el invierno sin ti.



(Parece ser que es ahora el dolor mi musa, porque, decantándome por la primera opción, que difícil escribir intentando no hacerte daño, pequeño.)