El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

viernes, 2 de octubre de 2015

Sinestesia

Hace poco que sigo un blog donde acostumbran a proponer un tema semanal para escribir sobre él y después elegir el mejos. Un par de semanas atrás propusieron la sinestesia y me apeteció probar suerte, y suerte tuve, y mi pequeño trebol de cuatro hojas conmemorativo ya está en la cartera. Como todos, es solo escupitajos de lo que tengo en el pecho, sin retocar y sin pulir, verdad cruda y dura.

La parte de atrás de la lengua, ahí donde se juntan el amargo y el ácido, me picaba cuando tu contestaste al teléfono. Tu voz seguía oliendo a Square Red Force y chillaba al sudor post-ducha, pese a los metros que nos separaban. Apestaba a tu falta, a echarme en falta, y a falta de otra cosa apestaba también a tu presencia narcótica, hasta a distancia.
Entre todo el barullo, creételo, aun, lo juro, recuerdo tu voz: marrón, brillante, con el hedor característico de las esdrújulas, con esa esencia de besos en los hombros que has tenido siempre que te he amparado entre mis cuerdas vocales. Los metros que iban quedando a tu paso eran de infranqueable cemento de silencios de negra, y los que te quedaban por pasar de plástico enjabonado, resbaladizo, de pimienta negra y polvo de cacao sin diluir, del que da tos. Como un canto de sirena, y mis manos el faro que no estaba encendido, mi rojo la roca contra que estrellarse. Y nos estrellamos. En Vivaldi, en un Volvo v40, en la versión beta de querernos. En que los domingos siempre han sido más agridulces que amargos, y en que yo siempre he preferido la lengua del cuero a la de la madera.