El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

martes, 7 de junio de 2016

Las mismas piedras

Un año. A mi, sinceramente, me parece tiempo suficiente para aprender ciertas cosas. En un año estamos obligados a aprender cientos de datos en nuestra vida estudiantil, y ya siendo adultos debemos ejercer nuestro trabajo cientos de veces en este año.
En un año, la Tierra entera le da la vuelta al Sol. Y sin embargo aquí estoy yo, un año después, en la misma posición. Caída, en el suelo, derribada por la misma piedra.
Bueno, no, no es la misma. Está quizá sea medio centímetro más alta. Quizá tenga el musgo un tercio de tono más amarillo. No lo sé. Igual debajo hay dos gusanos más, y puede que esta se la hayan tirado más veces al árbol de enfrente. Pero sigue siendo la misma.
La misma piedra que hace un año tuve que apartar haciéndome heridas en las manos solo para poder continuar por mi camino, ahora ha vuelto.
Sé que no soy la única que le ha cogido gusto a una piedra y parece que, por más que se intenta alejar, siempre acaba delante de otra igual. Por más que encuentra un camino libre, un bastón que la ayuda a caminar en lugar de ese obstáculo; por más que sabe como huir, parece que no puede.
Mi madre me dijo que tenía una atracción fatal por arreglar a la gente, por abogar en causas perdidas, por intentar imponerme sobre quien sería más feliz sin mi. Por destrozarme intentando tallar piedras, y acabar hechos los dos añicos.
Ojalá pudiera acabar diciendo que esta vez no, que no me voy a romper las manos, que no voy a caerme de nuevo, que no voy a intentar rayar diamante. Me gustaría decir que voy a rodear la piedra, a dar media vuelta y seguir por donde debía, pero no. Porque soy incapaz de alejarme al primer ni al onceavo rasgón, porque siempre tendré fe en que las piedras no son exactas y al final la nueva sabrá acompañarme. Me autoengaño pensando que, un año después, no estoy en las mismas coordenadas de suelo.
Aunque sí es verdad que hay algo que no es igual: cuando tenga las manos en carne viva, cuando las heridas estén ya infectadas y no pueda acariciar sus vértices sin dolor, cuando sus esquirlas estén intoxicándome a mi y acabando con todo lo que hacía a la piedra ser ella, cuando vuelva a darme cuenta de que estamos acabando el uno con el otro, me iré.
Y cuando me vaya me iré tranquila, porque ahora sé que las heridas cierran y las manos se recomponen.