El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

domingo, 14 de junio de 2015

Soltera y entera

"Soltera y entera". Seguro que todos habíais oído esta expresión antes. Yo lo había hecho, pero hasta ahora no me había puesto a pensar que significaba. Era simplemente eso, una expresión, un compendio de palabras en un orden determinado y azaroso. Pero no.
No voy a hablar ex cátedra y decir cual es la raíz o fundamento de la frase porque lo desconozco, pero sí puedo deciros que significa para mi, y ello tiene una doble vertiente.
Por un lado, "entera" por haber sobrevivido. "Entera" significando sin heridas, sin mutilaciones, como cuando haces un deporte de riesgo y te dicen "a ver si sales entera". "Entera" porque terminar una relación muchas veces genera más adrenalina, aunque sea de la mala, es una mirada hacia el vacío, el abandono de tu zona de confort (aunque ahora ya no te sea tan confortable). "Entera" porque no has perdido ningún trozo de ti en el proceso. Y de esto surge la otra idea: "Entera" porque estas completa.
No has perdido nada de ti porque nada de ti pertenece nunca a nadie más, solo le pertenece lo que creáis juntos. "Entera" porque lo de la media naranja es una chorrada: tú estas sola, soltera, y completa, "entera". "Entera" porque no necesitas a nadie y te das cuenta ahora. Porque te vales y te sobras.
Has salido "entera" de tu relación y ahora, que estas soltera, sigues estando "entera".
Me comprometo ahora a intentar fijarme más en las expresiones que utilizo aunque solo sea, como en este caso, para darme cuenta de las cosas tan bonitas y profundas que digo si darme cuenta. Espero desde aquí que todos, solteros o emparejados, os deis cuenta de que estáis y vais siempre a estar enteros.

sábado, 6 de junio de 2015

Hay cosas que son mías.

No siempre apetece escribir. Esto es algo que a la gente le suele costar comprender, principalmente porque se supone que escribimos para sacarnos las cosas del pecho, y es verdad. Escribimos para que otro lleven la carga con nosotros. Pero, ¿y las cosas que no quieres compartir?
No me refiero con esto a que no quieras escribir las cosas buenas. Te apetecerá contarle al mundo que hoy has terminado un proyecto, que has conseguido trabajo o que al fin ha salido el sol que te permite llevar pantalones de verano. Te apetecerá que la gente sepa que eres feliz y, por qué no, también alegrarles a ellos si te es posible en algún día que te sientas altruista. Yo no hablo de eso, hablo de algo más..propio.
Nos suele costar publicar, leer o escuchar cosas que nos duelen a nivel interno, cosas que nos destrozan psicologicamente: lógicamente los momentos duros no se quieren repetir. Pero compensa, porque escribirlo es, como ya he dicho, la forma de librarte de parte. La forma de sobrevivir. Tú vía de escape. Os abrimos el pecho de par en par, repulsivo, nauseabundo, para que curioseéis cuanto queráis, con el fin de que lo limpiéis aun sin quererlo. Sin embargo, nada te impulsa a compartir tu intimidad positiva. ¿Por qué decirle a ellos que textura tienen sus dedos cuando te acaricia el pelo, como cambia su temperatura según donde, o la forma en que te guiña ambos ojos desde lejos?¿Por qué tienen que tener ellos una parte de ese abrazo, de esa palabra? Es tuyo. Lo quieres para ti.
Quizá porque pienso esto la gente suele decirme que mis entradas son deprimentes. Porque solo tratan cosas negativas. Pero es que ni su forma de buscarme, de abrigarme, de protegerme, de preocuparse; ni su forma de asegurarme el mañana solo a sonrisas, ni tan siquiera los escarpados precipicios de sus besos ajenos es algo que quiera compartir. Es una alegría que quiero cargar sola. Algo que no quiero sacar de mi pecho. No quiero que lo toquéis, no vaya a ser que mováis una mota de polvo. Que me robéis una pieza. Que se disipe en letras.
Entended que casi es ofensivo a mi memoria intentar plasmarlo, por lo erróneo, y sería peligroso para mi propiedad saber hacerlo mejor. Que los que escribimos a veces también somos egoístas.

viernes, 5 de junio de 2015

Envuelta en sus pétalos marchitos y apestado a tu basura

Te digo que te has perdido, cuando en realidad me he perdido yo. Entre página y página se han escurrido los últimos pétalos que quedaban de la rosa, marchita, que nos miraba desde el florero.

Solías reírte y decir que por qué tenía un flor mustia en la habitación, que la tirara. Y yo que la veía tan débil, y en su día tan hermosa, no podía. Supongo que porque nunca sentí algo tan mio. Cuando tú te reías y decías que era fea, que ya era inútil, que "una vez deja de ser bonita tenerla ahí pierde el sentido"; cuando tú solo veías lo que tenías delante y no las tardes que se marchitó por nuestra culpa, entonces, te juro que yo me estremecía a cada fonema, vibración tras vibración se me clavaran como témpanos de hielo en la dermis. Te vi, arrojando a la basura la flor marchita de tu vida, con la claridad de quien se arrodilla ante el cepo y oye como se acercan a bajar la cuchilla. Pero esperé. Escondí la rosa, esperando eliminar así nuestras similitudes. Aún a días la buscaba y la miraba, más real que un espejo, deseando poder curarla, poder salvarla, poderla hacerla tan bonita como yo la veía; y pensaba si alguien pensaría eso de mi.
Digo que te he perdido, cuando en realidad me he perdido a mi misma.
Me he perdido y me he encontrado, envuelta en sus pétalos marchitos y apestado a tu basura, arrastrada como un perro para evitar que me vieras, porque "una vez deja de ser bonita tenerla ahí pierde el sentido". Y yo era más bonita que nunca, pero quizá no para ti.
Yo me había encontrado entre raspas de pescados de otros gatos y restos de latas de otras rosas. Yo me había encontrado pero tenía miedo de que tu me encontraras y echases de menos mi manto de hierba, mi andar de barro, la adoración de mis exclusivos ojos fijos. Miedo de que no vieses en mi lo que yo veía en aquella rosa marchita: que era lo que era antes y que en realidad no había cambiado, pese a mis pasos de nácar y mi mirada vagabunda. Que seguíamos siendo la visión favorita de mis flores escondidas, aunque cambiara la película. Que a más se me ensanchaba el corazón de vertederos y adosados, más feliz volvía a tus brazos y más fuerza tenía para amarte.
Te digo que te has perdido, que me he perdido, cuando en realidad no tengo valor de salir a buscarte.

Mi inquilina de ventrículo.

Hace poco conseguí desalojar a la tristeza como compañera de piso, pasando de tener esa tristeza a quedarme solo estando triste, como sensación puntual y no como acompañante en el camino. Pero parece que no es tan fácil echar a los inquilinos cuando estos se graban en tu cabeza y en cada recuerdo que formaste con ellos cerca, y ahora veo que no se ha ido.
La tristeza se ha mudado a mi ventrículo derecho, asegurándose así alojamiento mientras viva. Y ya no me acompaña a cada paso, es cierto. Y a veces hasta olvido que sigue habitándome, borrada por la felicidad, por la ilusión o por la simple indiferencia.
Porque ella no tiene prisa por salir. Es paciente, es tranquila. Es imparable y lo sabe. Sabe que su momento llegará. Y llega.
Como una tromba de agua sale de su escondite, dejando al corazón que la guarda congelado por el shock, y a todo el organismo bloqueado por la sorpresa. Me llena, cada recoveco y cada poro, abriéndose paso entre todas las barreras de barro, con el poder de quien se sabe legítima dueña de mi cuerpo. Revolotea, como un hada traviesa a mi alrededor; como una bruma que se expande bloqueando mi visión más allá de ella, contagiando todo lo que me rodea de los matices que tanto la gustan; como una serpiente asfixia mis fuerzas en la lucha por alejarla. Se acomoda en mi cerebro y juega: juega a cambiar mis palabras por las peor elegidas, juega a interpretar erróneamente la vida, a sacar a flor de piel lo peor que encuentra en el cajón blindado de los recuerdos suicidas. Juega a arruinarme los días, a hacer carreras de lágrimas por mis enrojecidas mejillas, juega a odiarme en el espejo.
Al final, cuando tras arrojarme al vacío se cansa, vuelve a su ventrículo, donde espera a la próxima excursión mientras disfruta de verme intentar salvarme, reconstruirme; deleitándose en mis esfuerzos vanos, en saber que podrá volver a destrozarlo todo en cuanto quiera.

Paréntesis.

Me salgo de mi linea, hago un paréntesis menos literario porque hay cosas que hay que gritarlas claras, sin metáforas ni hipérboles que aturullen las conciencias. Escribo esto después de leer el veinteavo post sobre como tengo que querer mi cuerpo.
Todas tenemos que hacerlo. Y tras ver la foto número quinientos de una chica gorda aleatoria de Tumblr en el Instagram de otra, con un cuerpo relativamente perfecto, diciendo como nos tenemos que aceptar.
Y yo vengo aquí a decir que no.

Que no, que estoy hasta las narices de que me digáis que tengo que quererme como soy. Que si nací baja, alta, gorda o delgada, con más o menos tetas o con una mano en mitad de la frente, que me acepte igual. Que me conforme. Por sí, habláis de conformarse. De que no pasa nada por pesar 200 kilos y no poder moverse del sofá, que tienes que quedarte como estás. Si, obesa mórbida, no se te ocurra perder un kilo porque eh, lo estas haciendo para acercarte al canon de belleza imposible de esta sociedad machista que nos oprime y solo quiere que seamos máquinas que se reproducen y cuidan a sus maridos. Esas ganas que tienes de ponerte el bikini y verte guapa son solo ideas que te han metido en la cabeza. No son pensamientos tuyos, no es que tu quieras verte bien para ti, es todo para el hombre.

Si, queridas..¿defensoras de los derechos de la mujer?¿o más bien dictadoras de ellos? No sé como llamaros, quizá simplemente personas que tienen tanto derecho a tener una opinión como cualquiera, pero ciertamente no "feministas" como os etiquetáis algunas, porque el feminismo no tiene nada que ver con lo que vosotras revindicáis. Si, queridas personas: vosotras, con vuestra dictadura del amor propio, habéis llegado a ese punto de conseguir que me sienta culpable cuando hago abdominales. Lo habéis logrado. Culpable cuando voy al gimnasio. Culpable cuando elijo comer fruta en vez de chocolate. Culpable, en definitiva, cada vez que hago algo porque quiero verme más guapa. Me hacéis sentir que traiciono a todas las mujeres del mundo, y estoy harta. Porque no estar orgullosa de mi cuerpo no quiere decir no estar orgullosa de quien soy; tanto que decís de la poca importancia del físico y no os habéis dado aun cuenta de esto. No me gusta mi cuerpo, considero que hay cosas que se pueden mejorar y quiero hacerlo. Quiero mirarme al espejo y sonreír, por mi. Siguiendo mi gusto personal. Para sentirme bien yo.

Por eso, quiero mandar mi grito. Mi mensaje. El mio. Quered vuestro cuerpo. O odiarlo. O caeros bien y mal a días. Mientras os mantengáis en el límite de lo sano, comed muesli y lechuga cual conejo o gominolas y palmeras de chocolate como un niño de cumpleaños. Quemaros en el gimnasio, hasta la extenuación, hasta el IMC 19, hasta que os veáis guapas. Hasta que os gustéis. Si os gusta como estáis, pues quedaros en casa. Si os veis delgadas pues comed y quedaros en el sofá, o lo que sea que se haga para engordar. Haced lo que os de la gana, por vosotras. Y si queréis ser distintas, pues cambiaros, y no dejéis que nadie os diga que no debéis. Operaros las tetas, para poneros más o menos, haced dieta, para adelgazar o engordar (si chicas, no a todo el mundo le gusta estar delgado y menos con la forma en la que se las trata en vuestro nueva tiranía de la aceptación forzada del físico, donde parecen las culpables de que otras no estén felices con su cuerpo). Teñiros, usad tacones o deportivas, maquillaros si queréis, depilaros o sed George de la jungla. Pero hagáis lo que hagáis, hacedlo por vosotras. Por gustaros, por veros bien en el espejo.
Que nadie, ni hombres ni mujeres, os digan como tenéis que ser ni como tenéis que sentiros con vosotras mismas.

Y sobre todo recordad, que tu físico es solo una envoltura. Que tampoco es tan importante. Solo importa que tú seas feliz con él, y a los demás que les zurzan.

Horda de masoquistas morales involuntarios.

Algunas personas tenemos una tendencia innata a buscar el dolor. No el físico, si no el psicológico. No hablo de masoquistas, no hablo de alcanzar placer por el dolor. Hablo de otra cosa: el dolor moral. Esa sensación de mareo, la tripa cerrada, el nudo en la garganta y una sobrecarga en tu cabeza que sientes que solo puedes quitarte llorando. ¿Os suena? Es como un vicio.
Levantarse las postillas una y otra vez, no dejar jamás que la herida cicatrice, como si tuviésemos miedo de estar bien.
Preferimos ahogarnos en palabras ya dichas, en cafés ya recogidos hace años, en pensar en como cambiar cosas de hace treintamil vueltas de reloj, que intentar hacer nuestro día a día lo mejor posible; y nos dedicamos a compararnos con cada persona que aparece en nuestro camino o en el de todas las personas que nos importan hasta convencernos de que ellos eran y son mejores y por lo tanto todos nos acabaran abandonando. Tenemos, en compensación, una increíble capacidad para no creernos las cosas buenas, por mucho que nos las repitan o intenten convencernos, incluso aquellas que en nuestro interior sabemos que pueden ser, que son, verdad, porque no estamos acostumbrados a que lo sean. Habrá quien diga que es una fachada, que somos unos exagerados, que buscamos atención o simplemente que nos gusta sentirnos mal. En mi opinión más bien es que consideramos que no nos merecemos sentirnos bien.

¿Verdaderos humanos?

Se dice que todos nacemos para ser felices, para que nos quieran, para importar a la gente. Dicen que es el cariño de otros lo que nos hace personas. Si esto es verdad, algunos quizá no seamos verdaderamente humanos.
Algunos, simplemente, no estamos diseñados para dejar que otros entren en nuestra vida. Será una cuestión de genoma o, más bien, que nunca nos enseñaron a ser felices. Toda la vida nos hicieron creer que jamás seríamos lo suficiente para que nadie se preocupara por nosotros, lo suficiente para que nos quisieran, lo suficiente para que alguien fuera a hacer el más mínimo esfuerzo por estar con nosotros. Es un aprendizaje que dura muchos años y, por lo tanto, muchos años son necesarios para cambiar esta percepción.
Porque siempre ha sido así. Nosotros solos contra el mundo, o más bien el mundo contra nosotros. Levantarnos solos, salvarnos solos, animarnos solos y intentar llegar al estado de pseudofelicidad que alcanzamos en nuestros mejores momentos..solos.

Una vez que te has acostumbrado a esto, que has aprendido a sobrevivir por tu cuenta, es difícil introducir a alguien nuevo en tu esquema vital. Quizá por la desconfianza que nos han metido en la cabeza tantas novedades destructivas, quizá por la falta de costumbre o quizá por el miedo a lo que pueda pasar si se caen tus defensas, a no saber si podrás volver a vivir en tu anterior estado de semi-humanidad una vez hayas sido lo que la gente real llama "feliz".

La vida es una sucesión de riesgos.


No podemos estar seguros de la mayoría de cosas, y supongo que de eso va la vida, de correr riesgos. Si solo haces aquello de lo que estas totalmente seguro, te perderás innumerables experiencias. Pero aún así..¿que necesidad hay de enfrentarse a problemas innecesarios? Tenemos que aprender a diferenciar el valor de la estupidez, y a distinguir que cosas merecen la pena el esfuerzo y cuales están destinadas al fracaso; y esto no es fácil. Elegimos mal, equivocamos las ideas, nos engañan y nos autoengañamos por comodidad o por miedo. Fingimos estar seguros de cosas que sabemos que son mentira y ocultamos las únicas verdades que conocemos, pero tú sabes lo que es cierto y eso es lo que duele al final, el no poder eliminar tus emociones.
Y es ese dolor el que te tiene que servir para decidir que riesgos tomar y cuales no.

Esos que te den más miedo, los que quisieras guardar en el fondo de un baúl y que nadie viese nunca, los que te revuelvan el estomago y la cabeza al pensarlos..esos son los que merecen la pena.

Hay heridas que cicatrizan mal.

Hay golpes de los que no te recuperas. Hay gente que se va antes de que hayas aprendido como vivir sin ellos. Quizá es porque no sabemos tratar las emociones como deberíamos o quizá es que tenemos demasiado cariño a los malos sentimientos.
No es que no podamos levantarnos, continuar con nuestras vidas sin ellos; no es eso. Por supuesto que, después de que duela un tiempo, seguimos respirando, un pie detrás del otro y adelante. Hasta nos llegamos a creer que los hemos olvidado o remplazado, porque somos unos ilusos y estamos programados para creer en cosas que nos son ciertas, porque así todo es más fácil. Si tuviéramos que vivir lamentándonos por cada pérdida, no viviríamos.

Sin embargo, como todo lo que se edifica sobre mentiras, lo que consideramos nuestra realidad se cae tarde o temprano. Puede ser un hecho, un momento, una foto o una palabra que te recuerde lo que perdiste. Puede ser solo que lleves demasiado tiempo mirando un punto fijo en la pared y de repente rompas a llorar. Necesitamos a determinada gente, y a otros necesitamos necesitarles. El ser humano es egoísta, no estamos hechos para dejar a la gente marchar, especialmente después de pasar tiempo con ellos. Es un robo. Se van y se llevan parte de nuestros recuerdos, de nuestros momentos; parte de nosotros. Lo hacen sin preguntar, dejándonos solo con el consuelo de también haber robado algo, y con la esperanza de que algún día un hecho, un momento, una foto o una palabra hagan que se acuerden de todo y vuelvan, o al menos que sientan nuestro mismo dolor.

No podemos fingir reconstruir nuestra vida cuando le faltan piezas.