El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

miércoles, 14 de marzo de 2018

De hogares y retornos.

Dicen que no hay nada mejor que sentirte en casa. Que el calor de hogar. Y..no sé. Digo yo que dependerá de lo que llames hogar.

Mi casa tiene una puerta negra de metal blindado, enorme, como si fuera un castillo militar. Pesada, de las que parecen seguras, y lo es. Cuesta un esfuerzo titánico abrirla, sobre todo si es para salir. Pero mi casa siempre esta abierta, esperándome.
En mi casa no hay calefacción y todo está húmedo. Tiene las ventanas tintadas, rotas y carcomidas.
Tiene un suelo de mármol pulido precioso.
Mi habitación tiene una cama de dosel de seda. Más grande que cualquier cama de matrimonio que hayáis visto. Sí, que esa en la que estáis pensando también. Tiene unos ventanales enormes que dan a la calle que no se pueden abrir nunca. Mi habitación tiene veinte metros cuadrados o quizá más, todos para mi. Las paredes son de espejos y siempre hay hilo musical.
En mi habitación nunca entra nadie. La puerta de mi habitación solo se abre para mi. Las ventanas solo dejan ver.
De mi casa no es fácil salir.
Mi casa se alimenta de quien entra. El frío y la humedad se te calan en los huesos y la oscuridad en el cerebro. La cama tan enorme te demuestra el grado de soledad, la habitación en la que nunca entra nadie a ayudarte, la gente que te ve por las ventanas en una habitación tan genial y nunca vendrán a salvarte. El hilo musical es un conjunto de voces que te gritan lo que te has gritado siempre llorando en la ducha. Los espejos no pueden taparse como has hecho otras veces.
En mi casa no puedes escapar de ti mismo, estás en todas partes. Las peores versiones de ti. Las de después de las discusiones, las rupturas, las decepciones, el "no eres suficiente". El tú que no deja de caerse es el dueño de la casa.

De mi casa se puede salir. Aunque ella lo impide y su puerta apenas abre, se puede salir. Pero la casa siempre se mantiene abierta, esperándote, sabe que volverás a ser suyo. Un magnetismo que te atrae para derribarte de nuevo sobre su suelo de mármol pulido. Para alimentarse de otro "tú" más, para volver a encerrarte con todos los sentimientos de inferioridad e insignificancia. La casa siempre está buscándote, da igual como de lejos huyas. Da igual que hayas conseguido salir. Ella nunca desaparece. Y tú siempre vuelves.

Al fin y al cabo, no hay nada como el calor del hogar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario