Créeme, solo quiero avisarte. No te digo que te alejes de ahí corriendo porque sé que no vas a hacerlo. Porque yo también quise quedarme. Solo te digo que, cuando empiece a pasar, despiertes. Que no va a ser culpa tuya. Que despiertes antes de que te encuentres años después a mitad de noche llorando recordando como te tocaba. Antes de que desmorone todo tú concepto de ti, de tu valía, de tu cuerpo. Antes de que haga de ti un amasijo de dudas y miedos. Escapa a tiempo, porque si no, no escaparás nunca.
Y quizá, a estas alturas, ya llego tarde. Entonces solo puedo decirte que aprenderás a sobrevivirlo. Que es algo que se quedará contigo para siempre, pero aprenderás a vivir con ello. Decirte que, lo siento, pero aun cuando seas consciente de todo lo que ha pasado, no vas a poder odiarle. Que dirás que él te quiso pero no supo hacerlo, y será porque de verdad lo piensas, y probablemente así fuera, y ese es el peligro: que para él eso es el amor. Decirte que vas a tardar mucho en entender que tienes algo que perdonar y, cuando al fin lo hagas, vas a perdonarle. Pero de momento solo será a veces: le perdonarás despierta y consciente, cuando recuerdes todas las luces; pero no podrás hacerlo a las 3 de la mañana llorando en la cama al romperse los diques de todas las memorias que has ido dejando atrás. Y ojalá algún día podamos perdonarle del todo, porque es la única forma de dejarle atrás.
Decirte que te vas a repetir a ti misma que te ha hecho más fuerte y, la verdad, no puedo asegurarte si es verdad o te estas autoengañando. Dicen que cuando nos rompemos nos reconstruimos fortalecidos pero, honestamente, yo aun no he llegado a esa fase.
Decirte que ojalá pudiera evitarte todo esto. Y quizá lo evites, quizá no repitas mi historia. Tampoco lo sabré nunca. Quizá esta carta es para muchas más chicas. Quizá no es para nadie, porque supongo que ese es el problema: si yo hubiera leído esta carta, me habría seguido durmiendo en su espalda, aunque fuera entre lagrimas y sollozos silenciosos.
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