El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

viernes, 5 de junio de 2015

Mi inquilina de ventrículo.

Hace poco conseguí desalojar a la tristeza como compañera de piso, pasando de tener esa tristeza a quedarme solo estando triste, como sensación puntual y no como acompañante en el camino. Pero parece que no es tan fácil echar a los inquilinos cuando estos se graban en tu cabeza y en cada recuerdo que formaste con ellos cerca, y ahora veo que no se ha ido.
La tristeza se ha mudado a mi ventrículo derecho, asegurándose así alojamiento mientras viva. Y ya no me acompaña a cada paso, es cierto. Y a veces hasta olvido que sigue habitándome, borrada por la felicidad, por la ilusión o por la simple indiferencia.
Porque ella no tiene prisa por salir. Es paciente, es tranquila. Es imparable y lo sabe. Sabe que su momento llegará. Y llega.
Como una tromba de agua sale de su escondite, dejando al corazón que la guarda congelado por el shock, y a todo el organismo bloqueado por la sorpresa. Me llena, cada recoveco y cada poro, abriéndose paso entre todas las barreras de barro, con el poder de quien se sabe legítima dueña de mi cuerpo. Revolotea, como un hada traviesa a mi alrededor; como una bruma que se expande bloqueando mi visión más allá de ella, contagiando todo lo que me rodea de los matices que tanto la gustan; como una serpiente asfixia mis fuerzas en la lucha por alejarla. Se acomoda en mi cerebro y juega: juega a cambiar mis palabras por las peor elegidas, juega a interpretar erróneamente la vida, a sacar a flor de piel lo peor que encuentra en el cajón blindado de los recuerdos suicidas. Juega a arruinarme los días, a hacer carreras de lágrimas por mis enrojecidas mejillas, juega a odiarme en el espejo.
Al final, cuando tras arrojarme al vacío se cansa, vuelve a su ventrículo, donde espera a la próxima excursión mientras disfruta de verme intentar salvarme, reconstruirme; deleitándose en mis esfuerzos vanos, en saber que podrá volver a destrozarlo todo en cuanto quiera.

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