El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

viernes, 5 de junio de 2015

Hay heridas que cicatrizan mal.

Hay golpes de los que no te recuperas. Hay gente que se va antes de que hayas aprendido como vivir sin ellos. Quizá es porque no sabemos tratar las emociones como deberíamos o quizá es que tenemos demasiado cariño a los malos sentimientos.
No es que no podamos levantarnos, continuar con nuestras vidas sin ellos; no es eso. Por supuesto que, después de que duela un tiempo, seguimos respirando, un pie detrás del otro y adelante. Hasta nos llegamos a creer que los hemos olvidado o remplazado, porque somos unos ilusos y estamos programados para creer en cosas que nos son ciertas, porque así todo es más fácil. Si tuviéramos que vivir lamentándonos por cada pérdida, no viviríamos.

Sin embargo, como todo lo que se edifica sobre mentiras, lo que consideramos nuestra realidad se cae tarde o temprano. Puede ser un hecho, un momento, una foto o una palabra que te recuerde lo que perdiste. Puede ser solo que lleves demasiado tiempo mirando un punto fijo en la pared y de repente rompas a llorar. Necesitamos a determinada gente, y a otros necesitamos necesitarles. El ser humano es egoísta, no estamos hechos para dejar a la gente marchar, especialmente después de pasar tiempo con ellos. Es un robo. Se van y se llevan parte de nuestros recuerdos, de nuestros momentos; parte de nosotros. Lo hacen sin preguntar, dejándonos solo con el consuelo de también haber robado algo, y con la esperanza de que algún día un hecho, un momento, una foto o una palabra hagan que se acuerden de todo y vuelvan, o al menos que sientan nuestro mismo dolor.

No podemos fingir reconstruir nuestra vida cuando le faltan piezas.

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