El día que ya no sepas quién eres, dónde estas, que tienes en la cabeza tomando las decisiones por ti. El día que no encajes en el puzzle que ayer sustentabas. El día que te asustes de ti mismo. Ese día, descubrirás tu esencia. Está en tu mano aceptarla o no.
Yo lo hice: cuidado con el dragón.

viernes, 5 de junio de 2015

Horda de masoquistas morales involuntarios.

Algunas personas tenemos una tendencia innata a buscar el dolor. No el físico, si no el psicológico. No hablo de masoquistas, no hablo de alcanzar placer por el dolor. Hablo de otra cosa: el dolor moral. Esa sensación de mareo, la tripa cerrada, el nudo en la garganta y una sobrecarga en tu cabeza que sientes que solo puedes quitarte llorando. ¿Os suena? Es como un vicio.
Levantarse las postillas una y otra vez, no dejar jamás que la herida cicatrice, como si tuviésemos miedo de estar bien.
Preferimos ahogarnos en palabras ya dichas, en cafés ya recogidos hace años, en pensar en como cambiar cosas de hace treintamil vueltas de reloj, que intentar hacer nuestro día a día lo mejor posible; y nos dedicamos a compararnos con cada persona que aparece en nuestro camino o en el de todas las personas que nos importan hasta convencernos de que ellos eran y son mejores y por lo tanto todos nos acabaran abandonando. Tenemos, en compensación, una increíble capacidad para no creernos las cosas buenas, por mucho que nos las repitan o intenten convencernos, incluso aquellas que en nuestro interior sabemos que pueden ser, que son, verdad, porque no estamos acostumbrados a que lo sean. Habrá quien diga que es una fachada, que somos unos exagerados, que buscamos atención o simplemente que nos gusta sentirnos mal. En mi opinión más bien es que consideramos que no nos merecemos sentirnos bien.

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